Néstor Estévez | Discutiendo, nadie le gana

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Por Néstor Estévez

Debe resultar sumamente fácil buscar y encontrar, en una corta lista de nuestros amigos y relacionados, a esa persona que se caracteriza por ser difícil hacerla entrar en razón de que no está en lo cierto.

Bajar la cabeza (tipo ovejo), cruzar las piernas y agitar el pie que quede arriba o evitar el contacto visual son solo algunas manifestaciones no verbales de quienes se resisten a “perder” una discusión.

En definitiva, en tiempos en que las verdades han sustituido a la verdad, cada ser humano se cree en condiciones de contar con la suya. Y no es que esté mal tener y defender su criterio. Lo complejo es creerse dueño absoluto de la verdad.

Y resulta mucho más complejo aún en tiempos en los que todos comunicamos para todos, en tiempos en los que cualquiera habla sobre un tema, aunque no tenga el más mínimo conocimiento sobre el mismo, en tiempos en que tanta gente intenta pintar de verdad lo que no lo es, en tiempos en que “el allante es la mitad del pleito”.

Estamos ante un esfuerzo de la sinrazón por disfrazarse de razón. Y aunque muchos suelen “salirse con la suya”, lo real es que se trata de “victorias” que solo obedecen a una lógica: satisfacer el ego de quien oculta algo que, de conocerse, cambiaría la imagen que cree tener.

La cuestión no es nueva. Se cuenta de una expresión relacionada con el tema, pronunciada mucho tiempo antes de Cristo. Dicen que Sócrates, con su particular forma de aprender, de enseñar, de aprender enseñando y de enseñar aprendiendo, vivió una experiencia que, contada por Platón, dio como resultado una frase muy conocida.

En Apología de Sócrates, Platón menciona la lección obtenida por su maestro al conversar con un político. Sobre aquella interacción, Sócrates refirió: “Este hombre, por una parte, cree que sabe algo, mientras que no sabe [nada]. Por otra parte, yo, que igualmente no sé [nada], tampoco creo [saber algo]”. De esa conclusión socrática hemos recibido, vía Platón, la famosa expresión “solo sé que no sé nada”.

Para entender mejor la lección socrática resulta muy conveniente recordar que se trata de un hombre que no era bien visto en un entorno dominado por los sofistas, quienes se dedicaban a enseñar a todo aquel que pagara, mientras Sócrates escogía a sus alumnos. También resulta muy útil recordar que se trató de aquel hombre de baja estatura y vientre prominente, de vida muy austera, que defendía la idea de que el conocimiento no entraba, sino que salía de las experiencias que habían vivido las personas. De ahí su costumbre de preguntar hasta encontrar la verdad.

Aunque desde ese tiempo hasta nuestros días muchas cosas han cambiado, hoy sigue siendo válida esa forma de aprender. Y si analizamos a la luz del valor de uso, encontraremos que aprender ha de servirnos para comprender. Si aprendemos y comprendemos entonces tendremos oportunidad para valorar la importancia de la comunicación como vía para el entendimiento que nos permite vivir en sociedad.

En consecuencia, esa parte irracional que mucha gente usa como el «personaje» que ha creado sobre sí y que ha interiorizado como la imagen que le representa, termina negando toda razón porque su prioridad es defender esa máscara para esconder la verdad, al costo que sea necesario, con tal de que nadie descubra esa realidad.

Eso explica que quien se sabe sin argumentos apele a la altisonancia para hacer valer su “verdad”. Es una especie de estrategia de sobrevivencia de quien no soportaría que se evidencie esa realidad de la que se avergüenza. Ha de recordarse que, sabiéndolo o sin saberlo, se apela a ese tipo de estrategia cuando ya no queda otra vía.

Es por ello que, entre la pena que debemos sentir y el reconocimiento a la habilidad de quien no escatima medios para hacer valer su razón, invito a alternar entre lástima y condescendencia hacia esa gente (muchas veces muy querida) que se aferra tanto a la idea de siempre tener la razón. Esa gente es fácil de identificar. En su “lógica”, el tema es lo de menos. Cada quien debe tener por lo menos una persona de su entorno a la que, discutiendo, nadie le gana.

 

 

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