Mandato divino o trabajo forzado

«El placer que acompaña al trabajo pone en alivio a la fatiga»

                                  Horacio.

 El trabajo aporta un sentido de identidad personal. Lleva en sí una misteriosa recompensa. Trabajar es un acto significativo que produce bienestar y satisfacción psicológica y espiritual.

Generalmente escuchamos quejas de nuestros parientes y amigos acerca de su estado de salud mientras nos cuentan sus dolencias, pensamos que esos mismos dolores nos aquejan, pero preferimos callarnos o, confirmamos esas dolamas. Entonces armamos un coloquio acerca de quién tiene más dolores y cuantos estudios clínicos se han realizados.

A las consultas de psiquiatras, psicólogos y orientadores, acuden cada día personas con el propósito de obtener solución a sus problemas de salud. Después de someterse a diferentes análisis y estudios clínicos  ̶carísimos por demás ̶, para determinar las causas de sus dolencias, los resultados no arrojan ninguna anomalía, es en ese momento, que deciden visitar los terapeutas.

De acuerdo al psiquiatra George Vaillant, la adultez está marcada por  una etapa de desarrollo llamada «consolidación de la profesión». Es en ese punto que los terapeutas han observado que los individuos que no se identifican con su trabajo, renegando de sus labores, presentan un sinnúmero de dolencias.

¿Porque trabaja la gente? No solo para ganarse la vida. Ciertamente, la gente trabaja para obtener varias recompensas concretas, tangibles, como el dinero, e intangibles como el prestigio, conseguidas estas, llega la gran interrogante: ¿soy feliz solo con esto?

Algunas personas saben desde la infancia que quieren y siguen ese llamado hacia su meta. Para  otras, la elección de una ocupación es en gran parte una cuestión de azar, de ver los anuncios, de empezar un  estudio y  dejarlo transcurrido un tiempo, en fin,  estudiar los que quieren sus padres, parientes o amigos o lo que haya disponible. Cuando logran emplearse, se convierten en máquinas vacías, monótonas, pronto la depresión y la frustración son los huéspedes principales de su existencias.

Y es que tenemos miedo, mucho miedo de lanzarnos al vacío y en ese planear ir soltando las amarras cargadas de prejuicios y deseos ajenos, declararnos libres; libres para tomar decisiones. Para emprender nuestro oficio original, el de «fabrica».

Así estaríamos obedeciendo nuestro propio sentir, nuestros sueños de realizar el mandato divino que hay en nuestro interior.

Quenia Severino

Psicóloga Clínica – MA. Terapia familiar.

 

 

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